En los primeros meses del curso universitario tiene lugar una de las más arraigadas tradiciones en los Colegios Mayores universitarios, la llamada ceremonia de imposición de “becas”. La “beca colegial” consiste en la concesión de la dignidad de colegial mayor, el reconocimiento de que está seriamente implicado en la tarea colegial y ha demostrado su identificación con los fines que el Colegio Mayor persigue. El nuevo colegial mayor esta obligado a dar testimonio en su vida colegial, universitaria, profesional y personal de las virtudes y cualidades que el Colegio trata de fomentar en los jóvenes universitarios. Este título, con los derechos y obligaciones que lleva aparejados, lo acreditará en lo sucesivo como miembro de pleno derecho del Colegio Mayor. Es pues, una distinción que exige un alto grado de compromiso y responsabilidad. Por eso, la “beca colegial” tiene un profundo significado.
La “beca” tiene su génesis en los antecedentes históricos de los Colegios Mayores, los Colegios Reales o Imperiales, en los que ésta diferenciaba a los internos de los “manteístas”. El manteo, del francés manteau, era una capa larga con cuello que llevaban los eclesiásticos sobre la sotana y que también usaban los estudiantes que no habían sido admitidos como colegiales, quienes sí tenían su propia vestimenta (la beca). Los manteístas eran estudiantes que no vivían en el colegio real pero sí seguían allí sus estudios o estaban adscritos a él, siendo esta adscripción obligatoria para cursas estudios universitarios. Los que habían sido colegiales mayores en los colegios reales, aquellos que poseían la beca colegial, acaparaban los altos cargos de la administración regia y del ejército. Las crónicas de la época (siglos XVI a XVIII) relatan los enfrentamientos que hubo entre manteístas y colegiales. Éstos, hijos de nobles, hidalgos y terratenientes por lo general, despreciaban a los primeros, a los que consideraban arribistas. Y los manteístas, por su parte, acusaban a los colegiales de corporativismo desmedido y reclamaban que se (re)instaurasen los concursos de méritos para acceder a la beca colegial.
Este breve exordio hace referencia a la llamada época de esplendor de los Colegio Mayores, pero, ¿qué es en el siglo XXI un Colegio Mayor?.
Los Colegios Mayores no son, ciertamente, como los Colleges británicos, lugares donde conviven estudiantes y profesores y que, en algunos casos, llegan a impartir sus propios grados o títulos académicos. En España es en la Universidad donde exclusivamente se imparten las titulaciones y grados de educación superior.
Por otra parte, un Colegio Mayor no es, o no debería ser, una Residencia Universitaria. Al menos si tomamos el sentido histórico de los primeros. Bien es cierto que, actualmente, hay residencias que asemejan sus funciones a las de los Colegio Mayores, pero las residencias universitarias, al margen de alguna excepción histórica, se instauraron en España con la sola finalidad de proporcionar un alojamiento digno a los estudiantes universitarios. Los Colegios Mayores, en cambio, eran lugares donde se vivía, se convivía, se enseñaba, se reflexionaba e, incluso, se conferían grados académicos. Los Colegios actuales no gozan ya de esa privilegiada situación pero sí que se diferencian de las residencias en que son y tienen que ser mucho más que un alojamiento.
Según la legislación vigente, los Colegios Mayores son centros de las Universidades a las que están adscritos y tienen la difícil pero esencial tarea de complementar la labor docente de la Universidad. Es decir, tienen la función de convertir la educación en formación. Los Colegios Mayores no tienen la misión de alojar estudiantes, sino que esto constituye tan solo uno de los medios -bien que el fundamental- de realizar su cometido. Sin embargo, la formación humana en los órdenes ético, político, social, cultural e intelectual, y la preparación para la vida en sociedad, a cuyo perfeccionamiento contribuirán decisivamente los colegiales egresados, sería tarea, dentro de la Universidad, de los Colegios Mayores. La función de los Colegios Mayores es conseguir que los estudiantes, cuando se hayan graduado, sean ciudadanos, que contribuyan al perfeccionamiento de la sociedad en la que viven.
Recientemente, en un trabajo de 2003, Isaías Díez del Río sostiene que los objetivos formativos que todo Colegio Mayor debe perseguir han de orientarse a la formación de hombres libres y responsables (críticos y comprometidos), sobresalientes en humanización y ciudadanía (libertad, igualdad, solidaridad, respeto, tolerancia …) y, en definitiva, hombres poseedores de los valores del Decreto de 1973, una vez hayan sido éstos convenientemente actualizados. Por su parte, la última reforma de la Ley de Universidades, de mayo de 2007, y el Real Decreto 1393/2007, de 29 de octubre, por el que se establece la ordenación de las enseñanzas universitarias oficiales, según manifiestas en sus textos, pretenden aportar una manera diferente de entender la Universidad y sus relaciones con la sociedad. El nuevo método de enseñanza, según la exposición de motivos de la reforma, persigue “ofrecer una educación de calidad que atienda a los retos y desafíos del conocimiento y dé respuesta a las necesidades de la sociedad”. No parece concretar mucho cuáles son esas necesidades, aunque sí reconoce que la Universidad no debe limitarse a la transmisión del saber, sino que “debe generar opinión, demostrar su compromiso con el progreso social y ser un ejemplo para su entorno”. Lo que sí concreta es el papel de la Universidad como “transmisor esencial de valores”. A este respecto, la ley habla de alcanzar una sociedad tolerante e igualitaria, en la que se respeten los derechos y libertades fundamentales, la igualdad entre hombre y mujeres, los valores superiores de nuestra convivencia, el apoyo a las personas con necesidades especiales, el fomento del valor del diálogo, de la paz y de la cooperación entre los pueblos, y, en definitiva, recontribuir a la consecución de un mayor grado de bienestar social de los españoles.
Ardua tarea, pues, la de la Universidad del siglo XXI. ¿Cómo transmitir de forma eficaz unos valores como la igualdad, libertad, tolerancia, fraternidad o respeto?, ¿cómo hacer que esos valores pasen osean asumidos por la sociedad? Sin duda, ya hay universidades y facultades que propugnan esos valores, y otros más, incluyéndolos de forma transversal en sus programas y metodologías docentes. Pero, sin duda, la mejor manera de hacerlos reales y efectivos, de lograr que los estudiantes se empapen de ellos, aprehendan esos valores, es haciendo que los vivan, “obligándolos a ser libres”, es decir, a través de la convivencia.
En sus Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, el cardenal Newman defendía con buenos argumentos la necesidad de ampliar las materias impartidas por los Colleges de la época para que los estudiantes se beneficiaran de la pluralidad existente en las aulas. Así, aunque los colegiales no pudieran seguir todas las materias que se impartían, se enriquecerían “al vivir entre aquéllos y bajo aquéllos que representan el entero círculo de los saberes”.
El converso estimaba que era necesario obligar a los docentes a convivir, ya que, los hombres sabios, en definitiva, aunque celosos de sus respectivas ciencias, y mutuamente rivales, se verían no obstante obligados a armonizar las pretensiones y relaciones de sus disciplinas. Aprenderían, así, a respetarse, a tenerse en cuenta, y a ayudarse unos a otros.
El roce diario es lo que ayuda a moderar las costumbres propias, a ser cuidadosos y respetuosos con los demás. A pesar de que hoy día los docentes, por lo general, ya no viven en los Colegios Mayores, compartir ese periodo tan decisivo y especial como es el universitario con personas que estudian otras ramas del saber contribuye a la formación pluridisciplinar o integral, a ser críticos con uno mismo, a comprender los puntos de vista de otras personas. En esto consiste la verdadera formación universitaria, la Universidad ideal, la que no sólo transmite conocimiento, sino que imprime el sentido de la responsabilidad a quienes poseen un saber técnico y les inculca cómo gestionarlo y con qué finalidad.
Es por ello que resulta difícil entender la preterición de los Colegios Mayores en la legislación universitaria española. La Ley Orgánica de Universidades reconoce, de forma escueta y lacónica, que “los Colegios Mayores son Centros Universitarios que, integrados en la Universidad, proporcionan residencia a los estudiantes y promueven la formación cultural y científica de los residentes, proyectando su actividad al servicio de la comunidad universitaria”. La reforma de 2007 sólo ha modificado una cuestión técnica en este apartado de la ley (para permitir que las Residencias Universitarias se beneficien de las exenciones de los Colegios) y, desde 1973, el Legislador no ha vuelto a tomar en serio a los Colegios Mayores. Pero resulta aún más difícil encajar este olvido, dado el momento actual en el que se halla la Universidad española. En el proceso actual de convergencia europea, cuando más allá de la mera adquisición cuantitativa de conocimientos, se pone énfasis en el desarrollo de competencias, habilidades y destrezas, se margina, sin embargo, a la institución que constituye uno de los entornos más cualificados para su adquisición. Desde la Declaración de Bolonia, las iniciativas de armonización de los estudios y los nuevos programas de los títulos hacen continuas referencias a la necesidad de los egresados estén preparados para trabajar en un entorno internacional o en el seno de grupos constituidos por expertos en diferentes materias y a que sean capaces de encontrar soluciones integradas para problemas complejos o pluridisciplinares. Es más, en el marco del proyecto Tuning (creado y dirigido por los profesores Julia González y Robert Wagenaar ) en las encuestas realizadas entre académicos, empleadores, estudiantes y graduados, todos ellos situaron entre las más importantes competencias que habían de reunir los egresados universitarios: actuar de manera leal, diligente y transparente, ser consciente de la dimensión ética de las profesiones y de su responsabilidad social, buscar la justicia y la equidad, la capacidad de diálogo o demostrar conciencia crítica.
¿Qué mejor centro de formación que el Colegio Mayor para contribuir al desarrollo efectivo de estas competencias inspiradas en los valores de la Universidad del siglo XXI?
Luis I. Gordillo Pérez
Profesor de Derecho Constitucional (Universidad de Deusto)
Colegial Mayor del Colegio Mayor Deusto
La “beca” tiene su génesis en los antecedentes históricos de los Colegios Mayores, los Colegios Reales o Imperiales, en los que ésta diferenciaba a los internos de los “manteístas”. El manteo, del francés manteau, era una capa larga con cuello que llevaban los eclesiásticos sobre la sotana y que también usaban los estudiantes que no habían sido admitidos como colegiales, quienes sí tenían su propia vestimenta (la beca). Los manteístas eran estudiantes que no vivían en el colegio real pero sí seguían allí sus estudios o estaban adscritos a él, siendo esta adscripción obligatoria para cursas estudios universitarios. Los que habían sido colegiales mayores en los colegios reales, aquellos que poseían la beca colegial, acaparaban los altos cargos de la administración regia y del ejército. Las crónicas de la época (siglos XVI a XVIII) relatan los enfrentamientos que hubo entre manteístas y colegiales. Éstos, hijos de nobles, hidalgos y terratenientes por lo general, despreciaban a los primeros, a los que consideraban arribistas. Y los manteístas, por su parte, acusaban a los colegiales de corporativismo desmedido y reclamaban que se (re)instaurasen los concursos de méritos para acceder a la beca colegial.
Este breve exordio hace referencia a la llamada época de esplendor de los Colegio Mayores, pero, ¿qué es en el siglo XXI un Colegio Mayor?.
Los Colegios Mayores no son, ciertamente, como los Colleges británicos, lugares donde conviven estudiantes y profesores y que, en algunos casos, llegan a impartir sus propios grados o títulos académicos. En España es en la Universidad donde exclusivamente se imparten las titulaciones y grados de educación superior.
Por otra parte, un Colegio Mayor no es, o no debería ser, una Residencia Universitaria. Al menos si tomamos el sentido histórico de los primeros. Bien es cierto que, actualmente, hay residencias que asemejan sus funciones a las de los Colegio Mayores, pero las residencias universitarias, al margen de alguna excepción histórica, se instauraron en España con la sola finalidad de proporcionar un alojamiento digno a los estudiantes universitarios. Los Colegios Mayores, en cambio, eran lugares donde se vivía, se convivía, se enseñaba, se reflexionaba e, incluso, se conferían grados académicos. Los Colegios actuales no gozan ya de esa privilegiada situación pero sí que se diferencian de las residencias en que son y tienen que ser mucho más que un alojamiento.
Según la legislación vigente, los Colegios Mayores son centros de las Universidades a las que están adscritos y tienen la difícil pero esencial tarea de complementar la labor docente de la Universidad. Es decir, tienen la función de convertir la educación en formación. Los Colegios Mayores no tienen la misión de alojar estudiantes, sino que esto constituye tan solo uno de los medios -bien que el fundamental- de realizar su cometido. Sin embargo, la formación humana en los órdenes ético, político, social, cultural e intelectual, y la preparación para la vida en sociedad, a cuyo perfeccionamiento contribuirán decisivamente los colegiales egresados, sería tarea, dentro de la Universidad, de los Colegios Mayores. La función de los Colegios Mayores es conseguir que los estudiantes, cuando se hayan graduado, sean ciudadanos, que contribuyan al perfeccionamiento de la sociedad en la que viven.
Recientemente, en un trabajo de 2003, Isaías Díez del Río sostiene que los objetivos formativos que todo Colegio Mayor debe perseguir han de orientarse a la formación de hombres libres y responsables (críticos y comprometidos), sobresalientes en humanización y ciudadanía (libertad, igualdad, solidaridad, respeto, tolerancia …) y, en definitiva, hombres poseedores de los valores del Decreto de 1973, una vez hayan sido éstos convenientemente actualizados. Por su parte, la última reforma de la Ley de Universidades, de mayo de 2007, y el Real Decreto 1393/2007, de 29 de octubre, por el que se establece la ordenación de las enseñanzas universitarias oficiales, según manifiestas en sus textos, pretenden aportar una manera diferente de entender la Universidad y sus relaciones con la sociedad. El nuevo método de enseñanza, según la exposición de motivos de la reforma, persigue “ofrecer una educación de calidad que atienda a los retos y desafíos del conocimiento y dé respuesta a las necesidades de la sociedad”. No parece concretar mucho cuáles son esas necesidades, aunque sí reconoce que la Universidad no debe limitarse a la transmisión del saber, sino que “debe generar opinión, demostrar su compromiso con el progreso social y ser un ejemplo para su entorno”. Lo que sí concreta es el papel de la Universidad como “transmisor esencial de valores”. A este respecto, la ley habla de alcanzar una sociedad tolerante e igualitaria, en la que se respeten los derechos y libertades fundamentales, la igualdad entre hombre y mujeres, los valores superiores de nuestra convivencia, el apoyo a las personas con necesidades especiales, el fomento del valor del diálogo, de la paz y de la cooperación entre los pueblos, y, en definitiva, recontribuir a la consecución de un mayor grado de bienestar social de los españoles.
Ardua tarea, pues, la de la Universidad del siglo XXI. ¿Cómo transmitir de forma eficaz unos valores como la igualdad, libertad, tolerancia, fraternidad o respeto?, ¿cómo hacer que esos valores pasen osean asumidos por la sociedad? Sin duda, ya hay universidades y facultades que propugnan esos valores, y otros más, incluyéndolos de forma transversal en sus programas y metodologías docentes. Pero, sin duda, la mejor manera de hacerlos reales y efectivos, de lograr que los estudiantes se empapen de ellos, aprehendan esos valores, es haciendo que los vivan, “obligándolos a ser libres”, es decir, a través de la convivencia.
En sus Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, el cardenal Newman defendía con buenos argumentos la necesidad de ampliar las materias impartidas por los Colleges de la época para que los estudiantes se beneficiaran de la pluralidad existente en las aulas. Así, aunque los colegiales no pudieran seguir todas las materias que se impartían, se enriquecerían “al vivir entre aquéllos y bajo aquéllos que representan el entero círculo de los saberes”.
El converso estimaba que era necesario obligar a los docentes a convivir, ya que, los hombres sabios, en definitiva, aunque celosos de sus respectivas ciencias, y mutuamente rivales, se verían no obstante obligados a armonizar las pretensiones y relaciones de sus disciplinas. Aprenderían, así, a respetarse, a tenerse en cuenta, y a ayudarse unos a otros.
El roce diario es lo que ayuda a moderar las costumbres propias, a ser cuidadosos y respetuosos con los demás. A pesar de que hoy día los docentes, por lo general, ya no viven en los Colegios Mayores, compartir ese periodo tan decisivo y especial como es el universitario con personas que estudian otras ramas del saber contribuye a la formación pluridisciplinar o integral, a ser críticos con uno mismo, a comprender los puntos de vista de otras personas. En esto consiste la verdadera formación universitaria, la Universidad ideal, la que no sólo transmite conocimiento, sino que imprime el sentido de la responsabilidad a quienes poseen un saber técnico y les inculca cómo gestionarlo y con qué finalidad.
Es por ello que resulta difícil entender la preterición de los Colegios Mayores en la legislación universitaria española. La Ley Orgánica de Universidades reconoce, de forma escueta y lacónica, que “los Colegios Mayores son Centros Universitarios que, integrados en la Universidad, proporcionan residencia a los estudiantes y promueven la formación cultural y científica de los residentes, proyectando su actividad al servicio de la comunidad universitaria”. La reforma de 2007 sólo ha modificado una cuestión técnica en este apartado de la ley (para permitir que las Residencias Universitarias se beneficien de las exenciones de los Colegios) y, desde 1973, el Legislador no ha vuelto a tomar en serio a los Colegios Mayores. Pero resulta aún más difícil encajar este olvido, dado el momento actual en el que se halla la Universidad española. En el proceso actual de convergencia europea, cuando más allá de la mera adquisición cuantitativa de conocimientos, se pone énfasis en el desarrollo de competencias, habilidades y destrezas, se margina, sin embargo, a la institución que constituye uno de los entornos más cualificados para su adquisición. Desde la Declaración de Bolonia, las iniciativas de armonización de los estudios y los nuevos programas de los títulos hacen continuas referencias a la necesidad de los egresados estén preparados para trabajar en un entorno internacional o en el seno de grupos constituidos por expertos en diferentes materias y a que sean capaces de encontrar soluciones integradas para problemas complejos o pluridisciplinares. Es más, en el marco del proyecto Tuning (creado y dirigido por los profesores Julia González y Robert Wagenaar ) en las encuestas realizadas entre académicos, empleadores, estudiantes y graduados, todos ellos situaron entre las más importantes competencias que habían de reunir los egresados universitarios: actuar de manera leal, diligente y transparente, ser consciente de la dimensión ética de las profesiones y de su responsabilidad social, buscar la justicia y la equidad, la capacidad de diálogo o demostrar conciencia crítica.
¿Qué mejor centro de formación que el Colegio Mayor para contribuir al desarrollo efectivo de estas competencias inspiradas en los valores de la Universidad del siglo XXI?
Luis I. Gordillo Pérez
Profesor de Derecho Constitucional (Universidad de Deusto)
Colegial Mayor del Colegio Mayor Deusto
(*) Nota: Tomado de la Revista Deusto nº 99 (verano de 2008), pags. 32 y 33